Gracias a la actividad comercial desarrollada en algunas ciudades del norte de Italia, éstas habían experimentado un crecimiento que les había permitido crear gobiernos oligárquicos que poco a poco se hacían más democráticos. Los ricos mercaderes de estas ciudades, una vez asegurada su independencia frente a la autoridad de los gobernantes del Sacro Imperio Romano Germánico, comenzaban a cuestionarse la autoridad de la nobleza.


Venecia, gracias a su participación en la cuarta Cruzada, había conseguido posesiones ingentes en el Imperio bizantino y había desarrollado un imperio comercial a gran escala. Pisa, Génova, Milán y Florencia también se habían hecho poderosas. Entre Génova y Venecia se desencadenó muy pronto una dura lucha por el poder, que acabó con la victoria de los venecianos a finales del siglo XIV.

Pero la figura dominante en esa renovación clásica, que desde el último cuarto del siglo XIV protagonizó Florencia, fue Coluccio Salutati. Gracias a él el movimiento humanista dejaría de ser exclusivamente erudito y literario. Para Salutati, que había sido nombrado canciller de la ciudad en 1375, los "studia humanitatis", esto es, el conocimiento de la historia, la ética y la retórica, podían utilizarse también con fines políticos, como un servicio civil permanente a la ciudad. Heredero intelectual de Petrarca, Salutati fue maestro de una generación de florentinos, formó una gran biblioteca de obras clásicas y fue el responsable de la introducción de los estudios griegos en Florencia. Salutati escribe una carta contra la barbarie y contra los papas de Avignon y aboga por una confederación de estados.

Bruni y Marsuppini, sus sucesores en la cancillería, serían como él, funcionarios públicos y hombres de letras al mismo tiempo. Leonardo Bruni, Poggio Bracciolini, Donato Acciaiuoli, Alamanno Rinuccini y otros destacados humanistas florentinos del siglo XV, desarrollaron y resumieron en sus obras las principales ideas de lo que podríamos denominar humanismo cívico florentino: gusto por el cultivo del latín, pasión por el arte antiguo, amor por la libertad como independencia política frente a la tiranía; reivindicación de los poetas modernos (Dante, Petrarca, Boccaccio); adaptación de los métodos de la crítica de textos al uso de las fuentes históricas; búsqueda de la verdad en el quehacer historiográfico.

En Florencia, protegido por los Médici, trabajará durante años Marsilio Ficino, que orientará a la escuela florentina hacia el neoplatonismo, abandonando definitivamente el aristotelismo. Traductor de las obras de Platón, intentó Ficino una conciliación entre las teorías platónicas y la religión cristiana, que, en muchos aspectos, ofrecían similitudes; a pesar de ello hubo de confesar, en "De christiana religione", el fracaso de su propósito. No obstante, no dejó de recibir acusaciones de peligroso sincretismo.

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